Y allí estábamos, unos 400 españoles que, junto a Marea Roja y Furia Española, pintamos de rojo la grada correspondiente a la afición visitante del estadio. Yo, Sete Fernández, con mi inseparable trompeta, tuve el honor de ser testigo y parte de esa gesta y darle sonido a tal efeméride.
Horas antes del encuentro, las calles del centro de Sofía se llenaron de cánticos y banderas españolas. La Trompeta de Sete marcaba el ritmo de un corteo histórico: desde el corazón de la ciudad hasta el punto de encuentro fijado por la organización, donde todos los españoles se unieron en un solo bloque.
La
policía búlgara nos escoltó hasta el estadio para evitar incidentes,
pero lo cierto es que la pasión, la unión y el respeto fueron siempre
nuestra bandera. Ya dentro del estadio, las dos pancartas lucieron juntas como buenas hermanas para ser testigos del primer choque de la selección en territorio búlgaro.
Estar todos juntos, con los instrumentos, las
bufandas en alto y la voz ronca de tanto cantar, fue como conquistar
territorio enemigo con el arma más poderosa que tenemos: el amor a
nuestra Selección. En ese momento aproveché para colocar una bandera española con las letras "Alhaurín el Grande", una nueva compañera de viaje para realzar con orgullo el nombre de mi pueblo.
España saltó al césped del Estadio Nacional Vasil Levski con su camiseta oficial roja. Apenas habían pasado cinco minutos cuando llegó el primer rugido: Oyarzabal, siempre listo en el área, aprovechó un balón muerto para firmar el 0-1 que encendió nuestra grada.
El equipo no se conformó y siguió dominando con personalidad. En el minuto 30, la sorpresa: Cucurella, incorporado desde atrás, conectó un disparo que se coló en la portería búlgara. El 0-2 dejaba claro que España había viajado a Sofía a por todas.
Y todavía quedaba más antes del descanso. Al 38’, Mikel Merino cazó un balón en la frontal y lo mandó directo al fondo de la red. Era el 0-3 y la sensación de que estábamos presenciando un estreno soñado, con un equipo que no solo gana, sino que convence.
La segunda parte fue de control absoluto. Luis de la Fuente movió el banquillo, entraron jóvenes como Cubarsí y Jesús Rodríguez, y España mostró madurez: cabeza fría, líneas ordenadas y un dominio que desarmó cualquier intento búlgaro. No hubo goles si, pero la grada española era una autentica fiesta a ritmo de la trompeta, donde hasta se corearon las notas del "Paquito Chocolatero" ante el silencio búlgaro.
Si el equipo brilló en el césped, la afición no se quedó atrás. Los que decidimos dar el paso y recorrer kilómetros hasta Bulgaria lo hicimos sabiendo que no era fácil, pero también sabiendo que no hay mayor orgullo que seguir a España hasta el último rincón del planeta.
Sofía ya no será nunca la misma para nosotros. El recuerdo de esa primera vez quedará grabado en la memoria de quienes estuvimos allí. España ganó dentro del campo con un 0-3 impecable, pero también fuera de él, porque una vez más demostramos que la afición española, aunque somos pocos valientes, nadie nos gana en pasión.
