Porque Celio no viaja: Celio cabalga. Y lo hace siempre con la bandera por delante, con el alma de un pueblo detrás y con una sonrisa que se ha vuelto seña de identidad de la hinchada española.
Nombrar a Celio es nombrar también a Jimena de la Frontera, el lugar donde junto a su familia mantiene con orgullo el Restaurante Cuenca; es hablar de Cádiz, donde los ecos del carnaval resuenan en cada palabra que suelta, ya sea en verso, en cuplé o en alguna ocurrencia que arranca carcajadas y aplausos a partes iguales.
Todavía recuerdo aquella primera vez que crucé palabra con él en una Eurocopa. Se me acercó, y sin más preámbulo, comenzó a recitar un cuplé de Los Bordes del Área que terminaba con una sentencia poética: “A los anfitriones los cogeremos en la final, porque esta Eurocopa es para España y nadie más”. Desde entonces supe que Celio era distinto, que era puro espectáculo.
He vivido tantas historias junto a él y sus inseparables escuderos de Jimena de la Frontera que necesitaría un libro entero para contarlas. Pero hay algo que merece una reflexión aparte: la importancia de acudir a los partidos de nuestra Selección disfrazados, llenos de color, con símbolos españoles que nos identifican y nos unen.
Esa alegría que se contagia, esa imagen que damos al mundo, no es sólo fiesta: es patrimonio cultural de la afición española. Y Celio, con su caballo y su carisma, se ha convertido en estandarte de todo ello.
Porque si hay un momento en el que Celio se transforma en verdadero maestro de ceremonias, es cuando suena su himno favorito: “El caballo camina pa’lante, el caballo camina pa’trás”. En cuanto la trompeta entona las primeras notas, la afición entera sabe que algo grande está por venir.
El ritmo arranca lento, con Celio marcando los pasos hacia adelante y hacia atrás, levantando las manos para guiar al coro de “eo, eo, eo”. Luego acelera, la pasión crece y la afición entera se desata en una explosión de júbilo que convierte cualquier calle, plaza o estadio en una fiesta nacional.
Son muchas las veces que me ha repetido su frase más célebre: “Sete, vámonos tempranito, que si no, no entra ni la trompeta ni el caballo al estadio”. Porque Celio es así: un hombre de corazón inmenso, pero también un organizador nato, que no deja nada al azar.
Y tanto él como Jimena —a la que en una emotiva entrevista en Telecinco en 2021 también llamó “Furia”— se han vuelto imprescindibles en el peregrinaje rojigualdo por el mundo.
Pero si tengo que quedarme con un día, con una imagen que guardo en el alma, es la de la Gran Final de Berlín. Aquel encuentro fue histórico no sólo por lo que ocurrió sobre el césped, sino por lo que se vivió antes.
En la Hammarskjöldplatz, punto de encuentro de la afición con más de 15.000 españoles reunidos, Celio cogió el micrófono en el escenario y yo alcé la trompeta. Y allí, bajo el cielo alemán, comenzó a sonar “El caballo camina pa’lante…”.
Era impresionante ver aquella marea de aficionados moverse a la vez, hacia adelante y hacia atrás, obedeciendo a un jinete que se había convertido en leyenda y que acabó dirigiendo también los pasos de la "Potra Salvaje".
Después llegó el corteo hasta el Estadio Olímpico, encabezado por Celio, su caballo, mi trompeta y el bombo de Curro. Como si de un Mago de Hamelín se tratara, dirigíamos a miles de gargantas que cantaban sin parar.
Tanto los organizadores como la propia policía alemana nos felicitaron: nunca fue tan fácil tratar con una afición extranjera. Y al final, la victoria de España coronó la que ya era nuestra noche más mágica.
Ese día entendimos que habíamos tocado el cielo, que habíamos llevado a la afición española al Olimpo. Y desde entonces sé que, pase lo que pase, en cada estadio donde juegue España siempre habrá un caballo, una trompeta y dos corazones andaluces dándolo todo por nuestra Selección. Porque mientras el caballo camine pa’lante y pa’trás, España caminará con él hacia la gloria.