Faro, el día que nació la leyenda


Nada más poner un pie este verano en las calles de Faro, 21 años después, las imágenes comenzaron a arremolinarse en mi cabeza. El aire olía igual, las plazas parecían susurrar recuerdos, y yo no podía evitar volver a aquel sábado 12 de junio de 2004, cuando España debutaba en la Eurocopa de Portugal frente a Rusia. 

Siempre se dice que las primeras veces son inolvidables, y ese día lo confirmé para siempre. Allí, en el corazón del Algarve, nació la leyenda de la trompeta de España.

Al llegar al Jardín Manuel Bivar, mis pasos se detuvieron solos. “Claro, aquí estuvo la Fan Zone”, pensé. Fue aquí, en este mismo suelo, donde todo comenzó. Aquí saqué la trompeta de su funda, flanqueado por mis dos inseparables compañeros de batalla, Francis de la Rubia y José Serón, que cargaban con el bombo del CD Alhaurino. 

Los tres, apretujados en un Ford Fiesta XR2 que salió desde Alhaurín el Grande con más ilusión que gasolina, habíamos viajado para vivir algo que ni en sueños podíamos imaginar.

Un poco más adelante, en la Plaza Dom Francisco Gomes, justo delante del Arco da Vila y con la Iglesia de la Misericordia como testigo, comenzó todo. Subí la trompeta a los labios y sonó el Himno de España. La imagen ilustrativa del artículo corresponde a ese momento, intuía que iba a ser algo grande y quería documentarlo. 

El revuelo fue inmediato: cientos de compatriotas empezaron a correr hacia aquel punto, atraídos por la música como si de un imán se tratase. En cuestión de minutos, lo que era un rincón de Faro se transformó en un hervidero rojigualdo. Terminé subido a una mesa, con cientos de aficionados sentados en el suelo, haciendo la conga, cantando, gritando. La fiesta había estallado.

Como estudiante de Magisterio Musical por aquel entonces, llegué con los deberes hechos. No solo llevaba en la maleta el repertorio español, sino también melodías pensadas para la ocasión: de Portugal, “A Portuguesa”, su himno, y aquella mítica de Carlos Cano, “María la Portuguesa”; de Rusia, su solemne himno y la popular “Kalinka”. Y fue precisamente esta última la que desató lo inesperado.

Me crucé con un grupo de rusos y decidí regalarles su canción. Ellos sonrieron, agradecidos, pero ocurrió algo mágico: los españoles que escuchaban comenzaron a tararearla. Francis me miró y me dijo:
— Illo, ¿y si le ponemos letra?. No hubo que pensarlo dos veces. El ritmo aceleró, la melodía se encendió, y de repente estalló: “Yo soy español, español, español…”.

Aquel cántico improvisado se propagó como pólvora. Lo que empezó en las calles de Faro se convirtió en una de las canciones más coreadas por la afición española, himno oficioso de generaciones, nacido de una melodía rusa transformada por la pasión de un pueblo.

Horas más tarde, en el Estadio Algarve, España debutaba con victoria: 1-0 frente a Rusia, gol de Juan Carlos Valerón en el minuto 60. Sobre el césped, nombres como Cañizares, Xabi Alonso, Xavi Hernández, Torres o Joaquín. Miles de gargantas lo celebraron y una trompeta que comenzaba como seña de identidad de la afición española.

Ese día comprendí que la música puede transformar un partido en leyenda, que una canción puede unir a un país, y que a veces los sueños nacen en los lugares más inesperados. Faro no fue solo el escenario de un debut: fue la cuna de un símbolo.

Veintiún años después, volver allí me hizo sentir que el tiempo no ha borrado nada. El eco de aquella trompeta todavía resuena en sus calles. Y cada vez que suena un “Yo soy español” en cualquier rincón del mundo, sé que todo comenzó en Faro, aquel inolvidable 12 de junio de 2004.