Empieza en los primeros compases de un encuentro marcado por el respeto, por ese pulso táctico que ambos equipos plantearon desde el pitido inicial. Las líneas estaban tan bien dibujadas que el balón apenas encontraba resquicios.
Era un tablero de ajedrez, una batalla de precisión. Y en esa batalla, en el minuto 31, emergió la figura de Sergio Oliva, que se fue de dos defensores para que su disparo, desviado en último instante por un zaguero torreño, se perdiera rozando la cepa del poste derecho. Fue el primer aviso, la primera chispa en un partido apagado.
El primer acto murió sin un segundo de alargue, reflejo de que poco había que añadir a una mitad en la que el respeto superó al riesgo. Pero el guion no mutó demasiado tras el descanso; el combate siguió enquistado en el centro del campo, donde Hatim, Yerai y Jarauta trabajaban como obreros incansables.
El segundo gran sobresalto llevó nuevamente la firma de Oliva, que en el 71 recogió un balón dividido para armar un disparo con parábola casi poética, una comba que por centímetros no se coló por la escuadra. Era como si el gol estuviera allí, llamando a la puerta del Fijones, pero negándose a entrar.
Largo, de cabeza, rozó el milagro minutos después. Y Andrei, en el 74, también probó fortuna con una parábola que volvió a acariciar la madera. El estadio contenía la respiración. Y cuando Raúl Sánchez entró al campo con el veneno de la juventud, sirvió un balón a Yerai que sólo un defensa logró desviar en el momento exacto en el que la grada se disponía a cantar el primero. El gol estaba cerca, pero seguía siendo esquivo.
El Alhaurino lo intentaba una y otra vez, pero el destino —ese bromista que tantos caprichos gasta en el fútbol— tenía otro plan. En una jugada desgraciada, tras la lesión de Dickson y el reajuste improvisado con Ferrete cambiando de banda, llegó el único momento en el que la defensa azulilla quedó descolocada.
Y ahí, en ese instante cruel pero real, Pekes aprovechó un saque de banda para marcar el 0-1 en el minuto 83. Un golpe seco, frío, injusto por lo visto hasta entonces. Los fantasmas, esos que llevaban semanas rondando el Fijones, se asomaron otra vez sobre las cabezas de los aficionados.
Pero el Decano… el Decano no se rinde. No sabe. No entra en su vocabulario. No entra en su ADN. Y los pupilos de Francis García, espoleados por el orgullo herido, se fueron arriba con más corazón que cabeza, como mandan los viejos rituales del fútbol modesto. Como lo ha hecho siempre este club desde 1908.
Y entonces, cuando parecía que la derrota era irreversible, llegó el milagro. Un saque de banda colgado al área, Lago peinó lo justo, y Sergio Oliva apareció como un hijo del destino para poner la cabeza, casi sin querer, casi por intuición, casi por fe… y mandar el balón al fondo de la red en el minuto 90. El Fijones explotó. Fue un rugido ancestral. Fue una liberación. Fue, sobre todo, justicia.
Con el empate, el Alhaurino incluso tuvo una última oportunidad para obrar la remontada épica, pero el colegiado Sánchez Cerezuela decidió que el reloj había cumplido su misión. El 1-1 se quedó como sentencia final, pero también como símbolo.
Como primer punto tras cinco jornadas sin sumar, como bálsamo para una plantilla que necesitaba volver a sentir que este escudo late, que este pueblo empuja y que este equipo, pese a los golpes, está vivo.
Francis García lo dijo al final. Agradeció a la afición, a esa parroquia fiel incluso en días oscuros, el apoyo incondicional. El descanso de la próxima semana será un soplo necesario para recuperar a jugadores forzados como Ferrete y Dickson.
Pero la mejor noticia no fue física, sino mental: el equipo reaccionó. No se hundió. No se rompió. No agachó la cabeza ante el golpe. Eso también se entrena, eso también se aprende, y eso —sobre todo— es lo que distingue al Decano.
Porque el CD Alhaurino no lucha partidos: lucha historias. Lucha años. Lucha vida. Y cada vez que cae, vuelve a levantarse. Hoy el empate supo a alivio. Mañana sabrá a punto de inflexión. Y pasado, quién sabe, tal vez sea el comienzo de una nueva página gloriosa del club más antiguo, más querido y más resistente del fútbol malagueño. El Decano ha vuelto a latir. Y cuando el Decano late, late Alhaurín entero.
C.D. Alhaurino: Galisteo, Yago, Óscar (Andrei 68'), Tomé (Zalea 86'), Jarauta (Raúl Sánchez 68'), Hatim, Yerai (Manu Sánchez 82'), Oliva, Largo, Adri Ferrete y Dickson (Andy 82')
U.D. Torre del Mar: Javi Sánchez, Gideon, Álex Portillo, David Díaz, Maldonado, Álex Molina (Valverde 75'), Roberto (Quesada 85'), Pekes, Emilio Cubo, Miguel y Inach Fernández (Carrillo 66')
Goles: 0-1, Pekes (83'); 1-1, Oliva (90').
Árbitro: Sánchez Cerezuela, Raimundo (Almería), amonestó por los locales a Adri Ferrete y por los visitantes a Emilio Cubo, Pekes, Álex Molina.